Tocó fondo.
Se arrebató y perdió. Cometió un error.
Con su alma destrozada ante la epifanía de su decisión comenzó a caminar descalza y desorientada por el bosque. Las lágrimas caían por sus mejillas, sin detenerse, una tras otra, mojando sus pies y dejando un suave rocío en el pasto tras sus pasos.
Los árboles se hicieron cada vez menos, hasta que desaparecieron por completo, mostrando ante sus ojos un terreno llano. Sobre ella... la luna nueva, símbolo del comienzo y fin de un ciclo, en el horizonte... el mar.
Caminó lentamente al borde del abismo y sintió una presión en el pecho. Nunca más amaría, nunca más sufriría, nunca más lloraría.
Nunca más.
Por primera vez en muchos años... sonrió.
Dio un paso.
Y saltó al vacio
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