domingo, 1 de agosto de 2010

Dulces sueños a los guerreros

El olor a pólvora y muerte inundaba sus pulmones. Olisqueó el aire, pero no percibía lo que buscaba. Comenzó a avanzar lentamente por el lugar, agudizando su vista y teniendo cuidado de no pisar los cuerpos inertes de los hombres que habían perdido sus vidas en la batalla.

Su corazón se llenó de tristeza y preocupación.

Lo había perdido de vista luego de que una certera estocada diera en su costado. El hombre había intentado defenderlo, pero entre la confusión del combate, se separaron.

Ahora solo el silencio y las humaredas llenaban el campo.

Siguió buscando lentamente (puesto que sangraba) removiendo con delicadeza algunos cuerpos para poder ver sus rostros.

¿Dónde estaba su jinete? - se preguntaba una y otra vez.

El viento le trajo un olor conocido. Levantó la cabeza y galopó decidido, encontrándolo unos metros mas allá... moribundo.

La piel ensangrentada del corcel negro brillaba ante algunos rayos escurridizos de aquella solitaria luna que había sido testigo muda de la masacre. Se recostó al costado del hombre y relinchó para hacerse notar. El soldado abrió los ojos y con dificultad levantó su mano para acariciar la nariz de su fiel caballo.

Cuando el día comenzó a aclarar ambos pudieron observarse nítidamente. El hombre sonrió.

Los rayos de sol se posaron sobre sus cuerpos, ya inertes.


El hombre con la sonrisa congelada en su rostro, el caballo con su cabeza apoyada sobre el pecho de su jinete, de su amo, de su amigo.

Dulces sueños a los guerreros