Y luego... Frío.
Oscuridad.
Soledad.
Los ojos que hacía minutos rebosaban de amor por él habían perdido la luz que los llenaban. Sus brazos cayeron por un costado y un llanto amargo llenó el lugar. Besó sus labios con suavidad, llenándolos con sus lágrimas y miró al cielo. Odió a cada criatura viviente en este planeta y maldijo al que pudiera ser responsable. Luego lloró por todos los amantes que no pueden concretar sus ilusiones.
Y ahí se quedó.
No hubo quien pudiera separarlo de aquel inerte cuerpo. No importaba lo que le dijeran, no importaban las excusas, no importaba nada. Se aferró a ella con toda su fuerza, pues fue, es y será lo único que tendría en su vida.
La había buscado durante tanto tiempo y siempre la tuvo frente a sus ojos, pero jamás la vio, hasta hoy, esta noche... una noche.
Posó su cabeza sobre el pecho de la chica, cerró los ojos y allí, en una noche cualquiera de abril, en una calle cualquiera de la ciudad, se dejó morir.
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