Prendió la luz de la habitación y dejó la taza de café sobre el piano. Levantó la tapa de las teclas y ordenó las partituras. Era una triste y hermosa noche para tocar. Las notas llenaron la sala y suavemente un blues comenzó a sonar.
No miró las hojas, la había tocado tantas veces que estaba arraigada en su memoria. Cerró los ojos y disfrutó. Una media sonrisa iluminó su rostro, mientras una sutil lágrima caía por su mejilla.
El silencio se hizo presente nuevamente en su casa. Miró por la ventana y notó que había comenzado a llover. Suspiró y sonrió.
Estaba solo otra vez. Después de muchos años de buscar a alguien que lo amara había descubierto que los amores son parte de la vida y perderlos también. Lo superaría. Encontraría una nueva mujer que le prometería amor y abrigaría su cama en invierno. Unos nuevos dulces y suaves labios, una nueva piel, unos nuevos ojos.
Tomó un sorbo de café y sintió que su corazón se ensanchaba. Esperaría con ansias a ese nuevo amor. Por ahora estaba agradecido de solo haberlo tenido.
“Es mejor haber amado y perdido…” decía la frase. Sí. Justamente a eso se refería el. Prendió un cigarrillo y abrió la ventana. Gotas de lluvia mojaron su rostro. Volvió a sonreír. Pronto amaría, lloraría y reiría de nuevo, muy pronto, cuando menos lo esperara.
Cerró la ventana, se sentó en el piano y tocó un nuevo blues.
Esa noche no durmió, pero no tenía sueño, ni estaba cansado. Esa noche fue el fin y el comienzo de sí mismo.
Solo un piano, un café y un cigarrillo.