viernes, 14 de mayo de 2010

Zaborav (II)

Mirna llevaba ya tres días cuidando a Haos, quien no salía de su sueño. Había curado sus heridas con diversas plantas que se hallaban en los alrededores del claro donde había encontrado al muchacho. Limpió su piel con esponjas y agua de un lago de más allá, lo abrigó con sus ropas y reunió todas las plumas que encontró y las guardó en una bolsa. Eran demasiado hermosas como para dejar que se perdieran por ahí.

En la madrugada del cuarto día, Haos despertó. Se sentía adolorido y muy cansado. Intentó reincorporarse, pero solo logró sentarse en el pasto. Descubrió unas frazadas encima suyo y a lo lejos la silueta de una mujer. De cabellos castaños ondulados, su piel, tan blanca como la de él, casi angelical con el brillo de la luna...

Angelical...

Un recuerdo vino a su mente:

- No puedo creer que un hijo mio haya nacido así - Dijo la mujer indignada
- Pero cálmate, quizás es solo un error...
- ¿Un error? ¡¡Los ángeles no cometemos errores!! ¡¡los humanos si!!

Haos miraba a sus padres lleno de vergüenza. Todos los ángeles del cielo habían llegado para observar el cambio de alas, que transformaba a los aprendices en verdaderos guerreros de Dios. El color que tomaban las alas los asignaban a los que serían sus "trabajos" divinos. Las suyas... negras, negras como el carbón.

- Tú - Dijo la mujer mirando a su hijo con odio - No eres digno de estar aquí, pero tampoco te entregaremos al demonio para que lo ayudes en sus fechorías. Bajarás a la tierra y te quedarás allí de por vida, pues no mereces estar entre los nuestros.

Miró a los presentes, quienes en silencio y lentamente se retiraron del lugar. Todos sabían lo que pasaría ahora. Era una ley, una ley de miles de años, cruel y despiadada a los ojos de algunos, justa para otros. Una vez solos, la mujer se abalanzó sobre el muchacho y una a una comenzó a arrancarle las plumas, sin misericordia.

Haos salió de su ensoñación al ver un bello rostro de brillantes ojos turquesas mirándolo:

- Has despertado... - Dijo Mirna con una sonrisa radiante - Me tenías preocupada - Y era verdad, puesto que bajo sus ojos se formaron unas "bolsas" debido a la angustia y el trasnoche.

No sabía porqué, pero el muchacho se sintió seguro frente a la desconocida.

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