Durante el resto del día Mirna no pronunció palabra. Se preocupó de recolectar frutos y cazar algunos animales pequeños. No le gustaba hacer eso, pero suponía que la carne ayudaría al “caído” (como ella lo llamaba en su mente) a recuperarse mejor. Cuando volvió, se sorprendió. El muchacho estaba de pie frente a un árbol. Tocaba las hojas con suavidad y aún con la espalda destruida a ella le pareció hermoso. Se obligó a alejar mil y un ideas y sueños que venían a su mente para depositar junto al fuego el cuerpo de dos liebres. Se mantuvo al margen, mientras el caminaba lentamente explorando su entorno. Mirna comenzó a cocinar un guiso y sin darse cuenta Haos estaba a su lado. Extendió la mano hacia ella sin decir palabra y ella sin preguntar, se la tomó.
Caminaron de la mano y en silencio por el bosque hasta llegar a un acantilado. La luna nueva permitía observar la inmensidad de la bóveda celeste. Bajo sus pies, solo era posible inferir que se encontraba el vacío negro.
- Observa el cielo – Dijo Haos – Me pregunto que tanto imaginas que hay allí arriba – Los ojos del muchacho observaban un punto fijo en el espacio y parecían mas apagados y tristes de lo normal. Apretó con fuerza la mano de la chica y luego de largos minutos suspiró.
Volvieron a lo que podríamos llamar "campamento" y comieron en silencio. Haos agradeció la comida y se quedó mirando el fuego. Siempre solía comer y dormirse de inmediato, pero estavez había algo diferente. Mirna no sabía que era, pero lo notaba.
- Estos árboles son hermosos - Dijo el chico
- Si... muchísimo. Son álamos
Y de esta forma tan inocente comenzaron a hablar. La chica le contó cosas simples de su vida y del lugar que los rodeaba. Le explicó de forma simplificada todo cuanto sabía sobre este mundo. Muchas cosas lo sorprendieron y a veces parecía que Haos estuviera perdido en sus propias ensoñaciones, pero oía en silencio y respetuosamente. Así estuvieron unas cuantas horas.
Esa noche Haos por primera vez, durmió cerca de ella.
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