lunes, 19 de julio de 2010

Elevar

Siempre comienzo este tipo de entradas con un “¿Hasta que punto…bla bla bla somos capaces de… bla bla bla?” Situación que ya es casi un cliché por este blog. Sin embargo no puedo evitar preguntármelo, pero quizás esta vez sería más bien algo como:

¿Por qué tendemos a valorizar más de lo que corresponde a las personas?

Ese gusto que tenemos de idealizar a los amigos, a las parejas… de darle alas a los demonios, ese gusto de perder objetividad por quienes nos rodean hace que después nuestras caídas sean más dolorosas.

Cuando nos enamoramos solemos ver todo color de rosa y es cierto, tiene una base científica detrás, pero eso no debería interferir en el uso de nuestra maldita cabeza.

Las personas como yo solemos presentar conflictos entre nuestra mente y nuestro corazón (io y Ganímedes, como mis queridos lectores ya astutamente han inferido) básicamente porque el primero domina la mayoría del tiempo. ¿Pensar con el corazón? ¿Sentir con la mente? Cada oveja con su pareja, no mezclemos. Es imposible cortar un papel con una cuchara, para eso, la tijera. Dejemos los asuntos del corazón al corazón y los de la mente a la mente.

El problema es cuando no podemos separarlos y nuestros sentimientos interfieren en nuestros análisis o percepciones de las personas. Es así como sin darnos cuenta creemos que nuestro “amado” es físicamente el hombre más lindo del planeta, siendo que (muy probablemente) existan millones más guapos o atractivos que él. Nuestro corazón nubla el razonamiento y terminamos viendo cosas que no existen, cualidades falsas… ¿porqué? Por que queremos (entiéndase del verbo amar)

¿Qué tan malo es? He ahí el punto… Suelo pensar demasiado las cosas, suelo analizar cada paso o posibilidad, restringiendo así mis actuares, palabras o pensamientos, pero lamentablemente no pasa lo mismo con mi corazón. De ese si que no tengo ningún control y al muy maldito le ha dado por hacer lo que quiere, fijándose en quienes no debe, amando a quienes no corresponde y haciendo oídos sordos a quienes le hablan y por ende “ensalzando” con cualidades inexistentes a las personas. ¡Que no soy idiota!, por dios, pero que difícil es controlar este tipo de cosas ¿no?.

El mejor remedio: La frialdad, el silencio, la observación, el pensamiento, el análisis y el suspiro (si, no soy de piedra) todo esto por lo menos hasta que mi mente tome el control nuevamente de mi vida y encierre a mi corazón en la caja que corresponde.

Resultado final: El darse cuenta. Darse cuenta que no somos lo que parecemos, que no siempre nos querrán de la misma manera, que al fin y al cabo, somos humanos y como tales, somos imperfectos. Basta ya de soñar con serafines, que las vidas felices no existen, que el amor no es para siempre, ni correspondido y que no siempre podemos cumplir nuestras metas.

Llegó la hora de sacarse las vendas de los ojos y aceptar que los seres humanos somos como somos y punto.

No hay comentarios: