Sombra estaba tras ella, en silencio, como siempre.
Soledad tenía muchas cosas a su alrededor y enaltecía a cada uno de los que estaban junto a ella, pero a Sombra jamás lo veía.
Un día sintió una presencia, no estaba segura de que o quien era y preguntó a sus amigos, pero nadie fue capaz de ver algo.
Cuando Soledad hizo honor a su nombre, solo pudo llorar. Nunca había esperado mucho de aquellos que tanto amaba, pero en su corazón existía la esperanza de ser correspondida, cosa que no ocurrió. Sentada en una piedra, con la mirada perdida, comenzó a pensar lo mucho que había dado por ellos y lo poco que había recibido de vuelta. Se lamentaba una y otra vez, cuando oyó una voz:
- Siempre he estado aquí
Soledad se asustó y por primera vez lo vio… ahí estaba frente a ella, Sombra.
- ¿Eras tú a quien yo sentía?
- Sí
- ¿Porqué no te habías mostrado antes?
- Siempre he estado aquí… eras tú la que no me veía
- ¿Porqué puedo verte ahora?
- Porque me necesitas… cuando ya no lo hagas, volveré a ser lo que era para ti… una sombra
Soledad se acercó a Sombra, lo miró a los ojos y vio dolor
- No quiero que te vayas
- No lo haré… siempre he estado aquí, siempre lo estaré
- ¿Aún ahora que lo he perdido todo, aún ahora que ellos ya no me aman estarás aquí?
- Sí
Soledad meditó unos minutos
- Si algún día los recupero… no quiero que desaparezcas
- Eso dices ahora, pero sin darte cuenta desapareceré de tus ojos.
- Más no de mi corazón, Sombra. Quédate conmigo, visible para el resto de mi existencia. Yo te cuidaré
- No… no podrás hacerlo siempre
- Por favor. Cuando sientas que no lo hago dímelo, cuando creas que me equivoco dímelo, cuando notes que desapareces hazme verte. Ayúdame a mantenerte aquí.
Sombra lo pensó, no estaba seguro, pero se arriesgó de igual forma. Tomó la mano de Soledad y el se mostró en plenitud y ya nunca más fue una sombra y ella nunca más estuvo sola.
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